lunes, 31 de octubre de 2011

Difíciles decisiones

Cada vez que recuerdo un momento de mi vida y pienso que es una mierda, me acuerdo de un momento de la suya y me doy cuenta de que no estoy tan mal. Me conformo con poco, no vivo por encima de mis posibilidades, podría decirse que soy casi feliz, eso está bien ¿no?

¿Pero que mierda estoy diciendo? ¿De qué cojones me estoy intentando auto-convencer? Es como si ya estuviera cansado, como si quisiera seguir toda la vida igual, sin ganas de avanzar, de divertirme, de progresar, de mirar las cosas con lupa y meditarlo todo hasta que ya el tiempo haya pasado... Y soy yo, yo me comparo y veo fotos de gente, suyas, que hacen que un sentimiento de autosuficiencia florezca, de decir "yo vivo mejor" invada mi cuerpo, cuando no. No vivo mejor. Vivo otra cosa.

Las decisiones más difíciles son las más importantes, si no, no serían tan difíciles.

viernes, 28 de octubre de 2011

Susurrando a la indiferencia

Cansado de los clichés, de tonterías sin fundamentos fundamentados en pilares mínimamente sólidos, de zombis de cerebro lavado por su incompetencia e inapetencia, me fijo en la cara de la indiferencia y comprendo su situación.

Decidió pasar de todo, olvidarse de los actos de la humanidad y mirar para otro lado, haciendo caso omiso de la existencia de problemas y de momentos embarazosos. Ahora vive, tranquila, en su mundo, mirando hacia delante con su cara rodeada de su pelo alborotado y enmarañado. Anda, cada mañana por la calle empedrada, teniendo cuidado de no resbalarse con la superficie mojada mientras mira al cielo, absorta en sus insondables pensamientos.

A su alrededor, la gente deseando escucharla, se agolpa la gente. Quieren aprender de ella, aprender que nunca está todo aprendido, ya que nunca lograrán ser, nunca conseguirán ser como ella.

sábado, 22 de octubre de 2011

Decisiones

Susurro en la biblioteca. Portátiles encendidos respirando electricidad. Libros polvorientos y un señor medio calvo, peinado a cortinilla sosteniendo, típicamente, las gafas con la punta de la nariz. Los cascos y la música que ayer escuchaba.

Que difícil es decidir. Siempre me ha costado mucho. Tengo que decidir entre la razón y lo que no es tan razonable. Entre volver, avanzar o permanecer. Que estarse quieto ahora también es una opción, que avanzar es casi, ya, un hecho y volver, volver un sueño o una pesadilla.

Veo como alrededor la gente no se siente como yo. Para unos es lo más natural del mundo, es casi como respirar, otros están peor que yo. No se deciden ni a decidirse, no se plantean ningún esquema ni planean cambiarlo. Solo asumen su rol, como si les viniese impuesto de arriba, se resignan.

Miro hacia detrás y hacia delante, cada mirada es una nueva imagen y una nueva decisión. Si, no, nunca, quizás, que estoy haciendo. Solo hay una cosa clara, una cosa que jamás consentiré. No dejar que mi vida se vea tan involucrada, que cuando vaya mal (que irá) me deje un trozo de ella en el camino.

sábado, 8 de octubre de 2011

La espera

Espero a volver a ver el sol. Pero ahora quiero esperar contigo, porque solo hace demasiado frío y yo ya tengo la nariz helada y las orejas con sabañones. Me canso de esperar, de esperarme a mi mismo y a mi indiferencia, a mi falta de valor y de concisión, a mi desvergüenza y mi desparpajo. De esperarte a ti, a tu cara y tus manos, a tu boca y tus ojos, a tus labios y a tu lengua.

Me olvido, la espera sustituyó al recuerdo. Al recuerdo de aquel día en el que yo me negaba a cambiar, a avanzar y reencontrarme con la mentalidad que había abandonado antes. Que más dará que lo haya olvidado, la espera es lo que importa, la espera es lo que perdura, la espera es lo que queda.

Pero la espera me desespera, me anega la fuerte marea de soledad que siento cuando el sol sale. Cuando lo espero solo por la mañana sentado en la muralla.


¿Qué me queda? Esperar. Esperar a mañana, y que estés tú, esperando a que yo espere.

martes, 4 de octubre de 2011

Teclas mudas

Entro en la sala y me siento en la silla. Una luz tenue entra por la ventana de mi izquierda. Abro el libro y lo miro. Sujeto una de sus páginas con una roca de procedencia desconocida. Poso mis manos sobre el teclado y empiezo a escribir. Las teclas retumban en el silencio de la habitación. Pero su sonido no es apagado y sordo, no es acolchado ni moderno, es un sonido más bien mecánico y aceitoso.

Empujo cada tecla con la fuerza, haciendo que las paletas mecánicas se estrellen contra la cinta negra, que ha escrito mil letras y deje impreso el tipo sobre el papel blanco. Sin dudar, sin fallar, sin mirar. 

Sin mirar por un solo instante al teclado de mi máquina recorro los rincones de mis recuerdos en busca de algo digno de mención y solo me viene a la cabeza esa máquina que un día mi abuelo, me dejó utilizar cuando tenía 5 años. No recuerdo muy bien su marca, quizás Olivetti u Olympia, no me acuerdo, solo me logro traer su color a la mente, verde oliva. 

Esa máquina tenía la cinta desgastada de copiar cuentos e historias, como la del tamborilero, la de la mosca o la cerilla, novelas policíacas dónde tú elegías el siguiente paso a seguir, historias fantásticas sobre elfos y duendes, cartas a personajes ilustres ya muertos y también confusas e incoherentes letras aleatorias de un niño de 5 años.