sábado, 10 de noviembre de 2012

Desorden y gritos

Ya nunca nada fue igual.

El ya sabía lo que era la realidad y había dejado de engañarse. No podía esperar nada más de nadie. Cuando se pierde la esperanza ya solo queda esperar. Uno a uno fueron cayendo los mitos y leyendas, los sueños de adolescencia y las mentiras de la niñez. El vivir en el mañana no le enseñó nada.

Tenía que cambiar. Y lo hará. Primero dejará de hablar, pues lo que él diga no merecerá la pena ser escuchado, después dejará de pensar, aunque en eso ya lleva gran camino recorrido, después dejará de reír, habiendósele escapado ya todo el alma. Recurrirá a mentiras indefensas e insultos ambiguos, ataques gratuitos y fuera de tono, a locura terrestre disfrazada de luna nueva.

Desaparecerá como el humo al apagarse el fuego, poco a poco, extinguiendo lo que una vez fue una mente y un cuerpo, quedando la anhelada cáscara vacía y vana que nada vale. Los que se apoyaron en él verán como se derrumba ante sus ojos como un castillo de arena frente a un niño cabrón, como si todo estuviera corroído por el ácido de la soledad.

No soportaba ya ser el comodín del público, hasta un punto que tampoco soportaba no serlo. Quería ser querido y quería serlo a tiempo. Pero como siempre el reloj corría en su contra y ya esa chispa no estaba. Todo lo poco espontáneo había desaparecido. Solo quedaba un pasado cada vez más cercano y un futuro cada vez más claro. El presente un impasse, que solo el amor sabría salvar, pero que el amor jamás se daría cuenta de donde debería estar.



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