
Uno a uno los mitos van cayendo, las torres se derrumban y no queda nada más que campo, que se transformará en un desierto, el cual pronto será una ciénaga, después un humedal, luego una selva, después los grandes árboles desaparecerán dejando paso a la pradera que la que algún día los hombres anhelarán y volverán a construir mitos y torres en ella, las cuales volverán a caer, irremediablemente.
Pero la esencia permanece, la tierra no se escapa, no, ahí está para que unos tras otros la vayan ocupando como si no fuera cosa suya lo que ocurriera, como si no fuese cosa de nadie. Y en realidad puede que no lo sea. Pero un inhospito pensamiento deambula por nuestra cabeza haciendo que pensemos de la única manera que sabemos hacerlo: de manera egoísta.
El sumamente subnormal ser humano y su chovinismo extremo, (el cual ha relegado a todos los demás seres vivos a un segundo plano como poco) se ha olvidado de que él también pertenece a ese todo, que tan artificial son sus utensilios como el hormiguero de unas termitas, como la presa de unos castores o como los nidos de las cigüeñas. Ha creído estar por encima de todo cuando resulta que no puede, porque parte de ese todo es él mismo.
Pero ahora la historia juzgará al hombre, acompañada del tiempo, y le dará su merecido, le pondrá donde debe estar. Y me parece que todos sabemos que le debería ocurrir al hombre.
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