sábado, 7 de mayo de 2011

Lo que pretendo no lo entiendo.

Cuando las palabras se escapan y ya no sabes que más decir. Cuando cualquier cosa que digas puede ser interpretada como un intento de conseguir algo. Cuando realmente esas palabras lo pretenden.

Oscurezco mi mirada con la tinta de mi bolígrafo, respeto mi papel y lo dejo inmaculado, permitiendo a la tinta secarse en mi cara. Los labios sellados, cerrados, clausurados, ya no se usan, y solo sabían anhelar. Los oidos taponados, ya no entra música, ya no entra tu voz, lo dicho. No entra música. La piel ya no lo es, ahora son escamas de serpiente, de la serpiente que se comió al ratón. ¿Qué más? Un montón de mentiras dentro de un cajón, donde si metes la mano te envenerarán, haciéndote relativizar la verdad. Un momento, ya lo es.

Cierro el blog. Tiro el bolígrafo. Cierro mi mente. Tiro mi corazón. Y ahora, dinamitas la lección que te enseñé, reniegas de lo que me dijiste, el tiempo te hizo cambiar de opinión. Maldita la hora en la que me equivoqué y ojalá fuera otra. Pues con otra hora quizás la historia no sería tal y como la cuento, ese es el consuelo. Pobre consuelo, al fin y al cabo

No hay comentarios:

Publicar un comentario