martes, 4 de octubre de 2011

Teclas mudas

Entro en la sala y me siento en la silla. Una luz tenue entra por la ventana de mi izquierda. Abro el libro y lo miro. Sujeto una de sus páginas con una roca de procedencia desconocida. Poso mis manos sobre el teclado y empiezo a escribir. Las teclas retumban en el silencio de la habitación. Pero su sonido no es apagado y sordo, no es acolchado ni moderno, es un sonido más bien mecánico y aceitoso.

Empujo cada tecla con la fuerza, haciendo que las paletas mecánicas se estrellen contra la cinta negra, que ha escrito mil letras y deje impreso el tipo sobre el papel blanco. Sin dudar, sin fallar, sin mirar. 

Sin mirar por un solo instante al teclado de mi máquina recorro los rincones de mis recuerdos en busca de algo digno de mención y solo me viene a la cabeza esa máquina que un día mi abuelo, me dejó utilizar cuando tenía 5 años. No recuerdo muy bien su marca, quizás Olivetti u Olympia, no me acuerdo, solo me logro traer su color a la mente, verde oliva. 

Esa máquina tenía la cinta desgastada de copiar cuentos e historias, como la del tamborilero, la de la mosca o la cerilla, novelas policíacas dónde tú elegías el siguiente paso a seguir, historias fantásticas sobre elfos y duendes, cartas a personajes ilustres ya muertos y también confusas e incoherentes letras aleatorias de un niño de 5 años.


1 comentario:

  1. Yo también recuerdo esa máquina de escribir y pasar las tardes delante de ella escribiendo cuentos...

    ResponderEliminar